una adolescente de 16 años, rubia y de ojos azules, desnuda, pálida y hermosa como una santa, a quien habían cortado en pedazos con una motosierra, luego de pegarle un tiro en la frente. Pedro, su jefe Homero, los ingenieros del IDU y los obreros que los acompañaban quedaron notificados. Para ellos se trataba de una amenaza de las temibles mafias de la zona, inconformes por las obras que desde el 3 de julio de 1999 estaban borrando de la faz de la tierra, a pico y pala, la Calle del Cartucho para darle vida al Parque Tercer Mileno. El Cartucho era entonces un lugar heterogéneo de comerciantes, tenderos, recicladores, repuesteros y gente honesta, pero además de vicio y muerte.
Apartamenteros, sicarios, ñeros, putas, vagabundos, proxenetas y expendedores de bazuco y marihuana se establecieron en ese céntrico lugar a sangre y fuego, 30 años atrás, en los terrenos del antiguo Barrio Santa Inés, que era un conjunto de casas grandes, majestuosas, con parques, iglesias y almacenes en donde hasta comienzos del siglo XX los apellidos más linajudos y resonantes se pronunciaban con respeto.
El lugar de entrada a Bogotá, por su ubicación estratégica para el comercio, el transporte, la salud, el trabajo y la vivienda. A pocas cuadras se construyó en 1578 la Iglesia de San Victorino, erigida en busca de la protección del santo contra las heladas sabaneras que dañaban las cosechas. En los años sesenta, casi cuatro siglos más tarde, el Santa Inés era una zona decadente que padecía un deterioro acelerado. Aún conservaba casas coloniales de interés cultural habitadas por señoras que todavía podían salir en las tardes a tomar onces junto con pensionados que se sentaban a tomar cerveza sin miedo a que los mataran o les robaran sus abrigos y sombreros ingleses.
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